martes, 23 de agosto de 2011

¿MOU TE PINCHA?


Sin entrar en nacionalismos boludos me parece que estigmatizar a Estudiantes como el sinónimo del anti fútbol es una mirada simplista, parcialmente europeizante. Creo que hay muchos más casos de antifútbol (recordar el Inter de Milán con la mandanga que se pegaban también en los años 60), los espantosos equipos italianos serruchadores de tobillos de Maradonas y etcéteras o los elencos españoles que le llamaban "Furia" a cagar a patadas a lo más habilidosos. O los holandeses, alemanes o galeses que se volvían locos cuando perdían la pelota y otorgaban como respuesta querer destruir al rival.

A mí no me gusta el Mourinho persona, aunque lo reconozco un buen estratega no necesariamente defensivo, con vicios públicos y sin muchas virtudes como aquella patada criminal que le dieron a Messi, cuando dirigía al Chelsea.

Creo que en el caso de aquel Estudiantes de La Plata de los 60, que no lo vi, pero del cual leí mucho, no los demonizo ni los sobreestimo. Tenían algunos buenos jugadores como Madero o Juan Ramón Verón (el padre de la Brujita) que le pegaban de maravillas a la pelota y que estaban reodeados de entusiastas en óptimo nivel anímico. No me creo que hayan revolucionado el fútbol ni mucho menos. Pachamé y Aguirre Suárez eran jugadores lamentables que encima jugaron en la selección.

Los Matadores de San Lorenzo le pegaron un baile terrible en la final de 1968, que el propio Bilardo reconoce.

Lo que sería bueno de dilucidar es si los méritos futbolísticos de aquel Pincharrata de Osvaldo Zubeldía fueron mayores que sus vicios, que cabe consignar fueron muchos y de los que el célebre narigón no se hace cargo ni como futbolista o ya después como entrenador (¿se acuerdan del vomitivo a Branco?). Pero es claro que sería bueno de estudiar cuánto de porcentaje de lícito y no, hubo en aquel histórico Pincharrata...

miércoles, 27 de julio de 2011

Un chiste de Padrinos


No me lo imagino a Grondona en las oficinas de la Anses tramitando su jubilación. Y eso que podría arrogarse el derecho de haber sido el amo de casa desde hace treinta y pico años. No lo veo yendo a hacer cola al banco soportando frío o calor en busca de sus haberes tras una vida de aportes.

Vasco cabeza dura, el viejo no está gagá ni mucho menos y sigue ostentando orgulloso su cinturón de Padrino y su anillo de “todo pasa”.

Irónico, cínico, manipulador o como se lo vea. A meses de la elección para renovar un cargo que ostenta sin mucha oposición sobreviviendo a gobiernos de facto y democráticos y en la que por primera vez estaba en riesgo su continuidad, Don Julio, político de raza al fin, se mandó un chiste digno de Cantinflas, Sandrini o Miguel Del Sel, el mediocre humorista devenido en Pro-político.

Temeroso de que la Asamblea se convirtiera en un mitin de demandas del interior contra el unitarismo de la AFA, el tal Grondona se convirtió de golpe y porrazo en el más Federal de los dirigentes.

Hábil y camaleónico le agrego a tanto adjetivo. Si en la práctica durante tantos años ninguneó al interior, ¿cómo se explica esta sensibilidad repentina por equiparar los derechos de los directamente afiliados con los no afiliados?

¿Cómo se explica viniendo del hombre que mandó al interior al descenso en 1985 con la supresión de los torneos nacionales y la invención del Nacional B?

“No fui yo, fueron los dirigentes”, suele escudarse el hombres en cuestión ante las preguntas incómodas, como bien podría ser alguna de estas.

¿Cómo puede creerse semejante acto de contrición viniendo del pontífice de una estructura vertical como la AFA, con escasa presencia de los dirigentes del interior en las decisiones fundamentales del fútbol argentino? Todo se decide a través del famoso comité conformado por un pensamiento unitario (el síjulismo) por más que se suponga que clubes del interior como Godoy Cruz, Colón u Olimpo entiendan mejor que nadie las necesidades del fútbol del interior, cuestión con la que tengo mis reservas.

El nuevo ardid del zorro Grondona es la metáfora de los chistes de un viejo humorista. Contar una broma a un auditorio complaciente. Los que no conocen el remate se ríen de buena gana. Los que no lo entendieron se ríen a regañadientes y los que conocen el fin del chiste se quedan callados, pero todos sonríen por igual. En definitiva aprobación unánime como desde 1979.

De eso se trata el anteproyecto de la fusión de las categorías. De una idea que le contaron a Grondona, pero que al estilo Landriscina, el Padrino transformó en una historia con tintes risueños donde todos sonríen complacidos, salvo cuatro que se abstuvieron de votar positivamente. ¿Y qué importa? Es cierto que el remate recién se conocerá en octubre, pero ¿alguien duda del resultado?

Y es que además de lanzar el “Mapa del interior” como bandera de plataforma para la reelección hay un detalle no menor: un nuevo y suculento contrato de televisación. La flamante declaración de amor por el interior, alguna empatía por el River y el Huracán descendidos, o la barrera sanitaria ante los eventuales descensos de Boca, San Lorenzo y Racing son meras añadiduras.

El producto fútbol debe seguir dar dividendos para salvar las arcas de clubes bien nacidos, pero mal administrados, con dirigentes golondrinas que se llevaron todo sin rendir cuentas. Y qué mejor que el amo tienda la mano al estilo Marlon Brando o Al Pacino en aquella célebre trilogía de Francis Ford Cóppola.

El viejito que hace rato cuenta con la edad para jubilarse (de privilegio, con total seguridad) se ríe de todos. Su personaje de influyente Padrino XXXII sigue más activo que nunca y ejerciendo su influencia.

Solo el “chiste” de Grondona fue capaz de hacer pasar a un segundo plano el de José Luis Meiszner, mano derecha del mandamás de la calle Viamonte: “Esta nueva estructura de torneo podría bajar el dramatismo”.

Interpretado, suena como que si el resultadismo en el fútbol ya no tiene retorno y por ende se intenta ponerle algo de freno. El despido de Batista da por tierra ese “sólido” argumento. ¿Coherencia? Andá a contársela a Capusotto…

domingo, 17 de abril de 2011

Gringo memorable, Gringo Mémoli

Se entregó al reposo como rara vez lo había hecho en la cancha y en la vida. Ese fatigado corazón que tantas veces latió con la de piqué azul encima, esta vez se tomó un descanso. Fue el domingo 16 de abril de 2006.
Dicen que era un gringo en el sentido más cabal. Visceral y testarudo hasta las últimas consecuencias, capaz de trabar pelotas de las llamadas imposibles.Que se agrandaba con el aliento de sus pares de tribunas y con las puteadas ajenas para llegar hasta el área rival y castigar con centros destinados a delanteros llamados Palavecino, Secundino Benítez o Eusebio Ibáñez.
Quien escribe esto, tiene imágenes difusas de aquellos ricos tiempos futbolísticos que fueron los setenta. Pero tiene grabada a fuego aquellas apiladas de ese diabólico ensortijado, que parecía tener tres pulmones.Hugo Cirilo Mémoli fue azul desde pendejito. Quedó prendado por ser de un barrio leproso y al calor de su barra de amigos que también se haría azul.
"Nosotros jugábamos a la pelota en la Arístides Villanueva y el Gringo, que era el más chiquito nos iba a buscar la pelota cuando se nos iba lejos”, contó alguna vez el Pocho Sosa, uno de sus amigos de siempre.
El tiempo de jugador arrancó en las inferiores de Independiente, claro que su debut en Primera División fue en Deportivo Guaymallén. “Lo mandaron a préstamo allá para que se fogueara. Volvió hecho al club y desde allí jugó hasta el 82”, cuenta Antonio Segundo Vergara, su amigo desde siempre.
“Una vez jugábamos contra Gimnasia. Él tenía muy en claro que lo iban a insultar y preparó una trampita para que dejaran de hostigarlo. Apenas entramos a la cancha empezaron a gritarle: “Burro, burro”. Entonces se levantó la camiseta azul y mostró que debajo tenía la de Gimnasia. Ahí empezaron a cantarle : “Mé-mo-li”. Era fanático de Independiente, pero ese día él les jugó una bromita.
El Gringo vivió sus años más felices como futbolista junto a la Lepra. Se bancaba a gusto que lo tomaran como referencia por aquellos que lo amaban y los que lo odiaban. Sin embargo, esa fama de villano dentro de la cancha no condescendía con su forma de ser fuera de ella.
Pero en el campo de juego hacía de las suyas. Como una vez contra Talleres que a la Lepra le echaron a su arquero y sin cambios posibles Mémoli se puso la número 1. Como en los cuentos de hadas ese "Había una vez", no podía terminar mejor. El Gringo le puso el pecho y las manos a la situación y se atajó el penal.

ESTUDIANTES: DE PICARDÍAS, FÚTBOL Y ACEQUIAS

Ya sea en el contexto de los viejos torneos Nacionales de AFA, en el Nacional B o en los últimos años de Primera División, Estudiantes de La Plata tiene historias curiosas en Mendoza. Desde aquellos recordados partidos ante el Gimnasia y Esgrima del Víctor Legrotaglie hasta los últimos enfrentamientos contra Godoy Cruz, el Pincharrata ha generado anécdotas sabrosas en este lado del mundo que merecen ser repasadas.
De Mendoza hablamos. Tierra de vides y acequias, que Tejada Gómez y Tito Francia supieron retratar en verso y música. Algo en lo que no debe haber reparado uno de aquellos muchachos del plantel de comienzos de los setenta que vino a jugar ante Gimnasia y se cayó a una acequia. Para quienes no lo sepan, se trata de una especie de canal cuya profudidad puede ser hasta de un metro y habitualmente puede arrastrar agua. La acequia suele ser el disparador de cierto mito de que los huarpes (habitantes originarios del lugar) las hicieron para evitar el riego todos los días, aunque más allá del chiste se trata de una original idea para trasformar
a un territorio seco un habitat fértil para el cultivo.
“La verdad es que ninguno de nosotros sabía que era una acequia”, contó alguna vez Carlos Bilardo, referente pincharrata. Uno de los esos jugadores se bautizó en terreno mendocino al caer en una de esas acequias.
de Otra de ese viaje de 1971. En el choque entre Gimnasia y Estudiantes que terminó 2 a 1 para el Lobo (jugado en el estadio Feliciano Gambarte de Godoy Cruz), hubo un duelo especial entre Legrotaglie y Pachamé, símbolo de aquel duro equipo. El Pacha, furioso ante el toque gimnasista, quiso prepotear al Víctor que no contestó con violencia sino con fútbol: esperó que Pachame viniera en su búsqueda y con precisión apuntó a la cabeza del jugador y le hizo rebotar el balón en la frente.
Por aquellos años Estudiantes arrastraba la fama de ser un elenco que apelaba con frecuencia a los recursos ilícitos para conseguir sus propósitos en la cancha. Se decía que usaban alfileres o que le tiraban tierra en los ojos a los rivales, entre otros ilícitos. Mucho habían contribuido para ello dos choques violentos, ante Racing y el Milan a fines de los 60. Ese tipo de prejuicios hacía que Estudiantes fuera catalogado como un exponente del antifútbol. Acaso ese prejuicio hizo que el abogado mendocino Gómez Chavero se presentara de oficio en un juzgado al escuchar por radio que los jugadores Frassoldati y López agredieron a Reggi y Letanú, de Gimnasia, en un duelo de 1975. Ambos fueron sobreseídos.
(dirigió a San Martín) y Leo Ramos (uruguayo, jugó en Independiente En 1994 una constelación pincha vino a enfrentar a Godoy Cruz por el Nacional B. La Brujita Verón, Calderón y Capria le ganaron el duelo al Tomba con gol de Manuel Aguilar, tras un fortísimo remate de La Brujita que no pudo retener el arquero Christian Corrales. De ese equipo, varios jugadores tendrían relación directa con el fútbol mendocino: El Chocho Llop (dirigió a Godoy Cruz), José María MartínezRivadavia). Acaso lo mejor de esta historia está en que muchos años después un hijo de estas tierras como Enzo Pérez (como antes José Daniel Ponce y Rubén José Agüero) se convirtió en un referente del Pincha que ganó la Copa Libertadores y fue subcampeón del Mundial de Clubes en 2009.

CUATRO PIROPOS Y UN ARRESTO


En 1976, cuatro jugadores de Vélez Sarsfield fueron detenidos en Mendoza por “piropear” a una mujer policía. Sin dudas que el arresto de cuatro futbolistas profesionales en plena calle hoy sería la comidilla ideal de los programas nauseabundos.
Pero claro, en el contexto de 1976, el hecho pasó a ser insignificante en el escenario de una represión sangrienta y de censuras impuestas o autoimpuestas.
Era el 23 de setiembre de aquel mencionado año. El plantel de Vélez, que había llegado a Mendoza por la tarde para enfrentarse al día siguiente con Atlético San Martín, por el Torneo Nacional, pidió permiso para salir a pasear por las calles del centro hasta cerca de la hora de la cena.
Hugo Iervasi, Pedro Omar Roldán, Manuel Santillán y Armando Ignacio Quinteros, futbolistas del plantel velezano, sólo alcanzaron a recorrer cuatro cuadras desde el hotel Balbi, en el que se alojaban. Porque en plena calle San Martín, entre Gutiérrez y Necochea, fueron detenidos por la policía y derivados a la seccional Primera (Mitre, entre Las Heras y General Paz).
El cargo fue “mofa del personal policial femenino”, aunque lo que se comentaba era que los jugadores habían “piropeado” a una mujer policía.
A los futbolistas les fue aplicado el artículo 43 del Código de Faltas provincial y quedaron a disposición de un juez. Por la contravención podían recibir hasta tres días de arresto o una multa.
Finalmente, cerca de las 23, cuatro horas después de la detención, los futbolistas fueron liberados previo pago de la multa. Al otro día debieron ir a declarar al juzgado.
Por la noche, Roldán y Santillán no parecieron muy afectados por el asunto. El primero marcó dos goles y el otro uno para la igualdad de 3 a 3 entre Vélez y San Martín.

jueves, 17 de marzo de 2011

Duelo de carasucias en San José: Argentino 10-River 9

Eran tiempos de televisión liviana. De una tevé que era capaz de socializar los tiempos libres de la gente. La capacidad de sorpresa, la simpleza de emocionarse con las pequeñas cosas eran posibles en un país todavía indemne de espantos y controversias.

Será por eso que cuando el lujo no era vulgaridad, cientos de personas se agolparon esa noche de los 60’ en la canchita de baldosas del Club Atlético Argentino.

Por los altoparlantes de una Renoleta blanca, los vecinos del barrio Belgrano y sus alrededores se habían anoticiado de que ese domingo 14 de diciembre, un conjunto de pibes maravilla de River Plate se enfrentaría a los del baby fútbol académico. La sola mención de River obligaba al respeto y también la admiración. No importaba si de la Primera o las infantiles se tratase, o que en esa década sesentista el Millo no pusiera sobre la mesa algún título, hecho que se extendería hasta 1975, en el que pondría fin a 18 años de obligada abstinencia sin celebraciones. Como fuere, la banda roja tenía sus adeptos y su nombre estaba asociado al buen fútbol de acuerdo a su tradición; la impronta de la vistosidad y la efectividad.

No sorprendía entonces, que cerca de 2000 personas llenaran la canchita de mosaicos bermellones ese domingo histórico. La dirigencia sanjosina dispuso que un centenar de vigilantes custodiaran celosamente las puertas de ingresos y las paredes desde donde pudieran descolgarse potenciales colados, más allá de que alguno de los patovicas finalmente se rindiera ante la mínima moneda.

Presunción de hinchas, corazonada por ser partícipes de un hecho inolvidable, el barrio entero vivió la previa de ese River-Argentino como un jolgorio. Seguramente que por el magnetismo que irradiaba la institución de Núñez, pero también había un dejo de orgullo en la muchedumbre barrial ya que aquel semillero albiceleste, el que siempre cultivó el Ñato Cortenova, daba que hablar y era objeto permanente de culto y envidia por partes iguales.

Aquel fin de semana, los pibes Vitrola Ghiso, Caputo, Barisio, Reinaldo Merlo, Lamberti, Joaquín Martínez y uno flaquito y con muchas ganas de dar que hablar llamado Norberto Alonso, pisaron las baldosas del patio del San José mendocino enfundados en camisetitas blancas con banda roja para medir su porte ante albicelestes niños como José Linardelli, Rubén Pacheco, Narváez, René Marlia, Agri, Ñoño Corradi, Rubén Stancampiano, entre otros.

Y si el fútbol es capaz de copiarse a sí mismo aún en otra dimensión, aquel día Alonso y sus amigos jugaron con el desprejuicio de su edad y de su fútbol. Vitrola desbordaba, era rapidísimo, el Beto chanfleaba a la de tiento con una habilidad fuera de lo común, el rubio de vozarrón de perro apodado Mostaza gritaba, aunque los gritos de la tribuna local se escuchaban mucho más. Barisio achicaba con sapiencia y el tal Japonés Pérez marcaba con decisión.

Pero en verdad el que más impresionaba era uno que apodaban el Cocola, un lujo para ese equipo de Baby del barrio de Núñez. Costaba quitársela, la metía desde todos lados, tocaba de primera como si fuese un Di Stéfano, Labruna, Pedernera o Francescoli, no por casualidad, próceres de la historia millonaria. Hasta se diría que Andrés D’Alessandro debe haber escuchado alguna vez que hubo un jugador que patentó La Boba mucho antes que él. Esa noche mendocina de los 60, Cocola reiteró la jugada lujosa hasta el hartazgo.

Quien lo veía entonces imaginaba que ese pibe estaría llamado a ser figura del fútbol argentino y no que se perdería en el laberinto de los que pudieron ser y nunca fueron. Nunca llegó a Primera, como sí la mayoría de sus compañeros de antaño. Aquel Cocola que hoy sigue la suerte de su querido River desde su kiosco de diarios y revistas de Belgrano…

Enfrente los pibes de Argentino fueron parte fundamental de ese entramado infanto- futbolero.

Con bastante menos fama y nombre, los pibitos dirigidos por José Ruarte luego de ir perdiendo, reaccionaron y terminaron ganando un partido que aún por no figurar en los libros de historia ni en las notas de prensa, deja de ser memorable para quienes tuvieron la oportunidad de verlo. Francisco Ibáñez atacante de Argentino era un petardo que se les escabullía a todos y terminó eclipsando a las pequeñas y grandes estrellas millonarias. Justo él, clavó el gol del triunfo albiceleste, que se escuchó hasta en el Cerro de la Gloria. Faltaba poco para el final y las ganas de mantener la hazaña se hizo realidad en cada pelota dividida de los esforzados niños mendocinos.

Cuando el árbitro cerró el encuentro bastaba ver sus caras de felicidad y la de bronca de los porteñitos para entender que no había trucos y sí mucha adrenalina en juego.

Argentino 10-River 9 fue el resultado. Las secuelas del triunfo de los chicos académicos se extendió por varios días más. Percepción de hinchas dirían algunos, tiempo después. Aún no se sabía, pero los años darían la razón de que aquella victoria no era una más. Esa bandita de niños rojiblancos que pisó la tierra santa académica en los 60, sería la base del equipo de Labruna que le devolvió las alegrías a los riverplatenses y se hiciera tan famoso por sus logros en la década del 70, con aprontes de un fútbol exquisito e inolvidable para toda una generación. Pero claro, para llegar a ello, el Beto, Mostaza y Vitrola tuvieron que conocer la otra cara, la de la adversidad como la de ese domingo de diciembre de mil novecientos sesenta y tanto, en San José, Mendoza…